Viernes 20 de septiembre 2024

Viernes, 20 de septiembre de 2024
Semana 24ª durante el año
Memoria obligatoria – Rojo
1 Corintios 15, 12-20 / Lucas 8, 1-3
Salmo responsorial Sal 16, 1. 6-7. 8b. 15
R/. “¡Me saciaré de tu presencia, Señor
Santoral:
San Andrés Kim Taegon, San Pablo Chong Hasang,
San Pedro de Arbués y San Juan Carlos Cornay
Dichosos ustedes

Dichosos los que saben distinguir una montaña de una piedra,
porque se evitaran muchos inconvenientes.

Dichosos los que saben descansar y dormir sin buscarse excusas:
llegarán a ser sabios.

Dichosos los que saben escuchar y callar:
aprenderán cosas nuevas.

Dichosos los que son suficientemente inteligentes
como para no tomarse en serio:
serán apreciados por sus vecinos.

Dichosos los que están atentos a las exigencias
de los demás, sin sentirse indispensables:
serán dispensadores de alegría.

Dichosos ustedes cuando sepan mirar seriamente a las cosas
pequeñas y tranquilamente a las cosas importantes:
llegarán lejos en la vida.

Dichosos ustedes cuando sepan apreciar
una sonrisa y olvidar un desaire:
vuestros caminos estarán llenos de sol.

Dichosos los que piensan antes de actuar
y rezan antes de pensar:
evitarán muchas necedades.

Dichosos ustedes sobre todo cuando sepan reconocer
al Señor en todos los que encuentran:
habrán encontrado la verdadera luz y la verdadera sabiduría.

Santo Tomás Moro

Adoración
Perpetua Online
Liturgia – Lecturas del día
Viernes, 20 de septiembre de 2024
Si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
15, 12-20

Hermanos:
Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de
ustedes afirman que los muertos no resucitan?
¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana
nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos
testigos de Dios, porque atestiguamos que Él resucitó a Jesucristo, lo que es
imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan,
tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus
pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe
en Cristo han perecido para siempre.
Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta
vida, seríamos los hombres más dignos de lástima.
Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 16, 1. 6-7. 8b. 15

R. ¡Me saciaré de tu presencia, Señor!

Escucha, Señor, mi justa demanda,
atiende a mi clamor;
presta oído a mi plegaria,
porque en mis labios no hay falsedad. R.

Yo te invoco, Dios mío, porque Tú me respondes:
inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu gracia,
Tú que salvas de los agresores
a los que buscan refugio a tu derecha. R.

Escóndeme a la sombra de tus alas,
y por tu justicia, contemplaré tu rostro,
y al despertar,
me saciaré de tu presencia. R.

EVANGELIO

Los apóstoles y algunas mujeres acompañaban a Jesús

 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
8, 1-3

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la
Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas
mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María,
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de
Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con
sus bienes.

Palabra del Señor.

Reflexión

1Cor. 15, 12-20. El Padre Dios, al resucitar a Jesús de entre los muertos,
está dando testimonio de que Él ha aceptado la obra salvadora de su Hijo en
favor nuestro.
Y Jesús no resucita de entre los muertos sólo por su condición de Hijo de
Dios, sino porque, siendo de nuestro linaje, ha sido constituido en primicia de los
que duermen en el Señor.
Algún día nosotros, junto con Él, nos levantaremos de nuestros sepulcros,
por el poder de Dios, dando así el Padre Dios testimonio a favor nuestro de que
la Salvación, que nos ofreció en Cristo Jesús, se hizo realidad entre nosotros.
Si todo acabara con la muerte seríamos los hombres más desgraciados del
mundo. Pero, puesto que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios,
tenemos la esperanza cierta de que no será la muerte, sino la vida, la que tendrá
la última palabra.
Seamos, pues, ya desde ahora, un signo de la Vida y no de la muerte, pues
no hemos sido bautizados en el Malo, sino en Cristo Jesús, Autor y Consumador
de nuestra salvación, y de la Vida eterna en nosotros.

Sal. 17 (16). Presentémonos ante el Señor con un corazón sincero,
sabiendo que Él nos conoce, y que, a pesar de nuestros desvíos de sus
caminos, Él jamás ha dejado de amarnos. Y Dios nos contemplará con
misericordia y se apiadará de nosotros.
Ojalá y hagamos nuestra, con toda sinceridad, esa oración en que le
pedimos al Señor que nos proteja como a la niña de sus ojos, pues con esto le
rogamos que nos convierta en signos de su amor y de su misericordia, pues
desde nosotros Él continuará contemplando con gran amor y con gran
misericordia al mundo.
Y al continuar orando con el Salmo le decimos al Señor que le seremos
fieles; fieles no sólo en la escucha de su Palabra, sino fieles en el testimonio de
la misma; testimonio hecho vida que se convierte en un signo del amor salvador
de Dios en el mundo.
Que el Señor nos conceda vivir así mientras peregrinamos por este mundo,
hasta que algún día, por su bondad, Él nos despierte del sueño de la muerte y
nos haga contemplar su Rostro, para saciarnos de su vista y ser felices
eternamente.

Lc. 8, 1-3. El anuncio del Evangelio debe llevar a quien lo reciba a una
sincera conversión, a verse libre de todos aquellos signos de pecado y de
muerte que le ataban y le hacían ser obrador de iniquidad.
Pero al mismo tiempo debe llevar a la persona a hacerse solidaria con las
necesidades de los demás, esforzándose seriamente en remediar esos males,
no por sí mismo, sino colaborando con la gracia recibida en Cristo.
La Iglesia entera debe sentirse corresponsable del anuncio del Evangelio. A
Jesús no sólo lo acompañaban los doce, sino también alguna mujeres. Todos,
tanto hombres como mujeres, debemos tomar en serio la Misión que el Señor
nos ha confiado.
Es una realidad que muchas veces son las mujeres las que más colaboran
en la evangelización y en la catequesis. Ojalá y abramos los ojos y los oídos,
especialmente de nuestro corazón y de nuestra voluntad, para que cada uno, a
la medida de la gracia recibida, se ponga al servicio del Evangelio, sin
cobardías; pues el Señor no sólo quiere nuestras obras de caridad, sino que nos
quiere a nosotros, totalmente comprometidos con el anuncio de la Buena Nueva,
que nos ha confiado para hacerla llegar hasta el último rincón de la tierra.
La participación en la Eucaristía nos une al Misterio Pascual de Cristo,
haciendo que sean nuestros tanto el perdón de los pecados como la vida eterna.
Participamos, así, ya desde ahora, de su Victoria.
El Señor nos quiere libres no sólo de las enfermedades y de nuestras
esclavitudes a lo pasajero, sino que nos quiere libres de toda influencia del
Maligno espíritu.
Nuestra fe, que nos une a Cristo, nos hace ser personas de esperanza en
un mundo nuevo, renovado para siempre en Cristo Jesús. Nuestros pasos, así,
se encaminan hacia la posesión de los bienes definitivos.
Sabemos que somos pecadores, pero que vivimos en una continua
conversión, para que cada vez resplandezca de un modo mejor sobre la Iglesia
el Rostro amoroso y misericordioso de Cristo. Por eso nuestra celebración se
convierte realmente en un encuentro con el Señor no sólo para escuchar su
Palabra, sino para convertirnos para el mundo entero en testigos fieles de su
amor misericordioso, que nos perdona y que nos salva.
Vivamos intensamente nuestra corresponsabilidad en la Iglesia. El Espíritu
Santo ha derramado una diversidad de carismas en nosotros para el bien de la
Iglesia; por ello no podemos apagarlos sino impulsarlos.
No podemos ver a los miembros de la Iglesia como una oportunidad para
que algunos se enriquezcan y reciban culto hasta exaltarlos como si fueran
dioses. El Señor nos quiere como una comunidad de hermanos, donde el más
importante se convierta en el servidor de todos.
El que algunas mujeres socorrieran a Jesús con sus bienes no podemos
interpretarlo como una justificación para que se haga con nosotros lo mismo.
Contemplemos a Cristo, el que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza. Es Cristo que clama hacia nosotros y levanta sus manos esperando
ser socorrido en la persona de los pobres, de los hambrientos, de los desnudos,
de los encarcelados y de los enfermos. Hacia esa presencia de Cristo es hacia
donde hemos de dirigir nuestros signos de caridad, sabiendo que en el momento
de presentarnos ante el Señor Él nos reconocerá como suyos en la medida en
que hayamos amado a nuestro prójimo, no sólo con palabras llenas de cariño,
sino con obras llenas de bondad, obras realizadas no por vanagloria
sintiéndonos dueños de lo pasajero, sino obras nacidas del amor fiel que nos
convierte sólo en administradores de los bienes de Dios en favor de los demás.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de pasar haciendo el bien a todos, a
ejemplo de Cristo Jesús, hasta que algún día, junto con Él, libres del pecado y
de la muerte, disfrutemos eternamente de los bienes definitivos. Amén.

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