Miércoles 18 de septiembre 2024

Alégrate, el Señor está contigo!
Mensaje Espiritual
Miércoles, 18 de septiembre de 2024
Semana 24ª durante el año
Feria – Verde
1 Corintios 12, 31—13, 13 / Lucas 7, 31-35
Salmo responsorial Sal 32, 2-5. 12-22
R/. “¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!”
Santoral:
San José de Cupertino, Santa Ricarda,
San Juan Macías, Santo Domingo Doà Trach,
Beatos Carlos, Fidel y Jesús
Un alma de pobre

Danos, Señor, un alma de pobre,
lo suficiente audaz para dejar,
como Abrahám, nuestra propia tierra,
los ídolos del propio hogar,
toda la familia e, incluso, si Tú lo pides,
el hijo sobre el altar, a fin de caminar
a la luz de una Fe que atraviesa montañas.

Danos, Señor, un alma de pobre,
suficientemente contemplativa
para escuchar, como el pequeño Samuel,
una y otra vez tu voz.
Suficientemente humilde
para levantarse, una y otra vez,
diciendo con corazón atento:
ya voy, Señor.

Señor, un alma de pobre,
lo suficientemente desprendida
para avanzar de campamento
en campamento sin cansarse,
para vivir provisionalmente en una tienda
sin instalarse, para comer un maná
que cada día cae de tu mano.

Danos Señor, un alma de pobre,
que cuando alguien que necesita comer
llame a nuestra puerta, siempre encuentre
un modo de compartir la comida,
el maná que cada día tu mano nos da.

Danos, Señor, un alma tan pobre,
que sea capaz de competir contigo
por diez justos de una ciudad.
Capaz de contemplarte, cara a cara,
quedándole el rostro iluminado.
Y, con simplicidad y alegría franca,
capaz de bailar delante del Arca.

Adoración
Perpetua Online
Liturgia – Lecturas del día
Miércoles, 18 de septiembre de 2024

Ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor;
pero la más grande es el amor

Lectura de la primera carta del Apóstol
san Pablo a los cristianos de Corinto
12, 31—13, 13

Hermanos:
Aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino
más perfecto todavía.
Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no
tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la
ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no
tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a
los pobres y entregara mi cuerpo para hacer alarde, si no tengo amor, no me
sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde,
no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita,
no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se
regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El
amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la
ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras
profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es
imperfecto.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba
como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a
cara.
Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me
conoce a mí.
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la
más grande de todas es el amor.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 32, 2-5. 12-22

R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!

Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen para Él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones. R.

Porque la palabra del Señor es recta
y Él obra siempre con lealtad;
Él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.

¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme ala esperanza que tenemos en ti. R.

EVANGELIO

¡Les tocamos la flauta, y no bailaron!
¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!

 Lectura del santo Evangelio
según san Lucas
7, 31-35

Dijo el Señor:
¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién
se parecen? Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se
dicen entre ellos:
¡Les tocamos la flauta,
y ustedes no bailaron!
¡Entonamos cantos fúnebres,
y no lloraron!
Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes
dicen: «¡Tiene un demonio!» Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y
dicen: «¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!» Pero la
Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.

Palabra del Señor.

Reflexión
1Cor. 12, 31-13, 13. El Padre Dios, en su gran amor hacia nosotros, nos
envió a su propio Hijo, el cual se entregó para el perdón de nuestros pecados.
Sin embargo nosotros no sólo estamos llamados a recibir el perdón de Dios,
sino a hacernos uno con Cristo, participando de su misma Vida y de su mismo
Espíritu.
Desde el momento en que vivimos en comunión de Vida con el Señor,
nuestra vida cristiana no puede reducirse a un cumplimiento de determinados
mandatos, normas, o catálogo de virtudes para llegar a ser perfectos; a
nosotros, más bien, corresponde el identificarnos con Cristo, de tal forma que su
presencia en nosotros sea una presencia activa. Desde nosotros, su Iglesia, Él
continuará amando a su Padre Dios haciendo en todo su voluntad, y amando al
mundo entero para que todos tengan vida, y Vida eterna.
Por eso la vocación principal de la Iglesia es el amor, como el mejor camino
en lugar de cualquier otro.
Y ese amor debe hacerse camino para acercarnos no sólo a Dios, sino
también a nuestro prójimo, para que todo el bien que le hagamos sea hecho con
un amor sin fingimiento, sin hipocresías ni por el sólo afán de brillar.
Aspiremos a este Don de Dios, el amor, para que en verdad seamos un
signo creíble del amor de Dios en el mundo.

Sal. 33 (32). ¿Qué tenemos que no hayamos recibido de Dios? Todo es
gracia. Por eso elevamos a Él nuestro corazón para darle gracias con el cántico
nuevo de las obras que brotan de una vida que se ha renovado en Cristo Jesús.
No podemos alabar al Señor sólo de labios para afuera, mientras nuestro
corazón esté lejos de Él a causa de haberle dado cabida al mal en nosotros.
Seamos los primeros en llevar una vida conforme a la gracia que Dios nos
ofrece; así la Iglesia entera hará que la justicia, el derecho, la bondad, el amor y
la paz llenen toda la tierra.
Alegrémonos en el Señor, pues Él nos escogió por suyos y nos ha
mostrado su bondad manifestándosenos como un Padre lleno de amor, de
misericordia y de ternura para con nosotros, que confiamos en Él, y que nos
dejamos conducir por su Espíritu Santo.
A Él sea dado todo honor y toda gloria.

Lc. 7, 31-35. Ojalá y tomemos en serio al Señor en nuestra vida y no
queramos verlo como un juego.
En el Talmud se hablaba de las trompetas que se habrían de tocar en los
duelos; y de las que se habrían de tocar en las bodas.
Los niños en las plazas jugaban a los duelos o a las bodas y, conforme al
sonido de las trompetas bailaban o lloraban.
Quien no toma en serio al Señor comete una especie de pecado contra el
Espíritu Santo porque, no sólo lo toma como un juguete, sino que, además se
cierra a su amor, a la escucha fiel de su Palabra, pues no quiere convertirse y
salvarse.
A veces, por desgracia, juzgamos a las personas por su porte externo; y
antes de entrar en una relación verdadera con ella, nos formamos juicios
temerarios sobre la misma.
El Señor nos pide que en el trato con Él no nos quedemos en lo externo;
que no pensemos que estaremos unidos a Él por medio de cantos, adornos,
inciensos; sino que sepamos escuchar su voz y hacerla nuestra, aun cuando los
signos que nos lleven a Él sean demasiado pobres; finalmente, Dios escogió a lo
que no cuenta para confundir a lo que cuenta según los criterios de este mundo.
El Señor nos reúne en esta Eucaristía en la sencillez que se hace lenguaje
nuestro, conforme a nuestra cultura. Su Palabra se encarna para nosotros, se
pronuncia con toda su fuerza salvadora para nosotros.
Para muchos tal vez esa Palabra parezca algo banal e intrascendente; sin
embargo es Cristo que se hace cercanía nuestra para caminar con nosotros y
para conducirnos al Padre.
La Eucaristía hecha para nosotros Pan de Vida, no puede hacernos pasar
de largo ante ella por realizarse bajo los signos muy sencillos del pan y del vino,
considerándola malamente como un objeto que tal vez merezca nuestro respeto,
pero del cual no podemos esperar algo grandioso.
El Ministro que, junto con su comunidad celebra la Eucaristía, puede
también ser un signo demasiado pobre del Señor a causa de su fragilidad; y
muchas veces los escándalos provocados por quienes están reunidos en torno
al Señor manifiestan un signo pobre de la Iglesia santa.
Sin embargo sabemos que es el Señor quien realiza, por medio nuestro, su
obra de salvación actualizando en un auténtico Memorial, su Misterio Pascual a
través de la historia, con todo su poder a pesar nuestro.
Tomar en serio al Señor en nuestra existencia significa dejar que Él renueve
nuestra vida y nos ayude a actuar conforme a la fe que profesamos.
A nosotros corresponde, por tanto, continuar la obra salvadora del Señor,
haciéndolo presente en todos los ambientes en que se desarrolle nuestra
existencia.
La proclamación del Nombre del Señor la hemos de hacer con toda
claridad, invitando a la conversión e invitando a vivir en la alegría y en la paz que
el Señor nos ofrece.
No podemos pasarnos la vida como plañideras; ni podemos vivir siempre
guiados por un optimismo que nos hiciese cerrar los ojos ante el pecado que ha
dominado a muchos que, al mismo tiempo, han cerrado sus oídos y su corazón
a la oferta de salvación que Dios nos hace.
La Iglesia de Cristo debe estar muy atenta para procurar que la salvación
llegue a todos y a cada persona, conforme a aquello que realmente necesita en
su vida y que, tocándole el Señor de un modo personal, le invite fuertemente a
dejarse conducir por Él.
En este aspecto no hemos de dejarnos dominar por el desaliento, sino que,
fortalecidos por el Espíritu del Señor, hemos de ser valientes testigos de su
Evangelio aceptando con amor sincero todos los riesgos que, como
consecuencia de nuestro testimonio acerca de Cristo, tengamos que afrontar
cada día.
Pidámosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Él. No
vaya a suceder que, quienes vivimos constantemente junto al Señor, vayamos a
perder la novedad de Cristo en nuestra vida y tomemos a juego lo que debe ser
una respuesta de amor fresco, renovado y comprometido en su totalidad al
Señor.
Que siendo fieles testigos del amor de Dios para nuestros hermanos,
sepamos dar nuestra vida por ellos para que, juntos, podamos algún día
alegrarnos eternamente en el Señor. Amén.

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