Martes, 17 de septiembre de 2024
Semana 24ª durante el año
Feria o Memoria libre – Verde / Blanco
1 Corintios 12, 12-14. 27-31a / Lucas 7, 11-17
Salmo responsorial Sal 99, 1-5
R/. “¡Somos su pueblo y ovejas de su rebaño!”
Santoral:
San Roberto Belarmino, Santa Hildegarda
de Bingen, San Lamberto
Al orar tenemos que escuchar
Un aprendiz de oración caminaba por el desierto
completamente confundido.
Había frecuentado el contacto con diversos maestros
y ya había pertenecido a un buen número de escuelas.
Cada una defendía cosas distintas y el aprendiz
ya no sabía qué era lo más importante en la oración.
Decidió que lo único que le quedaba por hacer
en su confusión era dirigirse a Dios.
- ¡Señor, ilumíname! -dijo suplicante- Unos me dijeron
“No pienses en nada y repite letanías sin interrupción…
verás que sentirás la liberación interior”…
-¿Y lo hiciste? -le dijo Dios. - Sí, Señor, lo hice durante meses hasta que se me secó
la boca y tuve que abandonar esa escuela. - ¿No encontraste ninguna otra? -preguntó Dios, interesándose.
- ¡Oh, sí, Señor, muchas más! Fui a otra donde me dijeron:
“Tranquilízate, haz vacío en tu interior y encontrarás a Dios”,
pero en el vacío sólo estaba yo mismo y como te buscaba
a ti y no a mí, comencé a dudar también de esa escuela… - Bueno, quizás haya otras…
- Sí, sí Señor, no creas que ésta fue la última. Visité muchas más;
aprendí una gama enorme de posiciones para orar,
y me hice experto en posiciones pero no en oración…
y así recorrí otras tantas pero aún no sé qué hacer para orar.
He llegado a convencerme de que no puedo orar y vengo a decirte
que ya no me lo pidas más en mi interior. - ¿No te di yo boca y oídos? -susurró Dios suavemente
- Sí, Señor… -dijo el principiante, que no esperaba este interrogantepero dime de una vez, Señor mío; qué es más importante
¿escuchar o hablar? - ¿Cuántas bocas te di?
- Una.
- Y ¿oídos?
- Dos.
- Entonces, ya lo sabes…
¡Interesante dato! Orar es hablar con Dios,
pero lo más importante en esa conversación
es la escucha…
Si quieres unirte con Dios; escucha su Palabra,
dialoga… y vuelve a escuchar.
Padre Miguel Segura
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Adoración
Perpetua Online
Liturgia – Lecturas del día
Martes, 17 de septiembre de 2024
Ustedes son el Cuerpo de Cristo,
y cada uno es miembro de ese Cuerpo
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
12, 12-14. 27-31a
Hermanos:
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos
miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también
sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para
formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos
hemos bebido de un mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de
ese Cuerpo.
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer
lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como
doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don
de sanar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de
lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores?
¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de sanar? ¿Todos tienen el don
de lenguas o el don de interpretarlas?
Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más perfectos.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 99, 1-5
R. ¡Somos su pueblo y ovejas de su rebaño!
Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta Él con cantos jubilosos. R.
Reconozcan que el Señor es Dios:
Él nos hizo y a Él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
Entren por sus puertas dando gracias,
entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su nombre. R.
¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones. R.
EVANGELIO
Joven, yo te lo ordeno, levántate
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
7, 11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos
y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad,
llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la
acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se
acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven,
Yo te lo ordeno, levántate».
El muerto se incorporó y empezó a hablar. y Jesús se lo entregó a su
madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un
gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
El rumor de lo Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en
toda la región vecina.
Palabra de Dios.
Reflexión
1 Corintios 12,12-14.27-31:La comparación de la comunidad con el cuerpo
humano es muy pedagógica, y Pablo la usa para convencer a los Corintios de
que tienen que construir entre todos una Iglesia más unida.
La motivación no es sólo social, sino también teológica. No somos sólo una
asociación con fines comunes a la que, para ser eficaz, le interesa mantenerse
unida. Esta comunidad que se llama Iglesia está convocada y unida por el Dios
Trino: “todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo
cuerpo”, “vosotros sois el cuerpo de Cristo”, “Dios os ha distribuido en la
Iglesia… apóstoles, profetas, maestros…”.
Pablo nombra una serie de ministerios y carismas que hay en la comunidad:
todos, cada uno desde su identidad, intentan construir una comunidad viva y
dinámica.
Ayer nos urgía Pablo a crecer en unidad fraterna porque celebramos la
Eucaristía que es la donación del Señor Resucitado a todos. Hoy argumenta
desde otro punto de vista teológico: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y como tal
Cuerpo debe mantener su unidad con la Cabeza y entre los varios miembros.
En la comunidad cristiana hay una rica pluralidad, una diversidad admirable
de ministerios, gracias y cualidades. Pero esta pluralidad debe conjugarse
dinámicamente con la unidad. La unidad que nos da el ser todos hijos del mismo
Padre, miembros de Cristo, unidos todos vitalmente por el mismo Espíritu.
El salmo recurre al símil del pueblo y del rebaño, que es más superficial: “el
Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”.
Para Pablo la perspectiva es más profunda: somos miembros de Cristo
Cabeza y también miembros los unos de los otros, para la construcción de la
Iglesia, el Cuerpo de Cristo, articulado orgánicamente y animado por el Espíritu.
Pensemos si en nuestro ambiente eclesial -parroquia, comunidad religiosa,
diócesis- actuamos unidos en la construcción del Cuerpo de Cristo: sacerdotes,
religiosos y laicos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores. ¿O cada uno va por
las suyas, sin colaborar en el conjunto? ¿entendemos las cualidades o los
ministerios que tenemos sólo para provecho nuestro, o para el bien común?
¡Cuánto más eficaz sería nuestro crecimiento en la vida de fe y nuestra
influencia evangelizadora en medio del mundo si actuáramos desde esta unidad
orgánica en el Espíritu de Cristo!
J. Aldazabal
Enséñame tus caminos
Lc. 7, 11-17. Los discípulos de Jesús, que somos su Iglesia, hemos de ser
conscientes de que nunca actuamos al margen de Jesús, sino más bien de que
prolongamos la primera encarnación del Hijo de Dios. Efectivamente por medio
nuestro es el Señor el que exhorta y llama a todos a la conversión; por medio
nuestro es el Señor quien continúa ofreciendo su amor misericordioso y salvador
al pecador. Por medio nuestro el Señor continúa siendo, en el mundo, el Dioscon-nosotros; Aquel que permanece con nosotros todos los días hasta el fin del
mundo. Caminando con nosotros, con nosotros sale al encuentro de aquel que
ha sido dominado por el autor del pecado y de la muerte, y le anuncia una
Palabra de conversión, capaz de levantarlo de sus miserias, y capaz de
convertirlo en testigo de la Buena Nueva del amor de Dios. Así, vuelto el
pecador al seno de la Iglesia, podrá ser motivo de que todos glorifiquen el
Nombre del Señor, pues su testimonio, nacido de una experiencia vital de la
misericordia divina, se convertirá en un anuncio no inventado, sino vivido del
amor que Dios tiene a todos aquellos a quienes ha venido a buscar como Buen
Pastor para salvarlos y no para condenarlos.
En esta Eucaristía Dios sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón
y la participación de su vida divina. Celebrar la Eucaristía no sólo nos hace estar
presentes en este acto litúrgico, sino que nos hace entrar en comunión con el
Señor de la vida, para que, junto con Él nos convirtamos en fuente de vida para
todos aquellos con quienes nos relacionemos. Así caminaremos junto con el
Señor, haciendo el bien a todos y no el mal; junto con Él seremos capaces de
detenernos ante la miseria humana, y de no permitir que la existencia de
aquellos que van por un camino equivocado se desvíe cada vez más, sino que
recuperen su dignidad de hijos de Dios y, vueltos a la vida de la gracia, puedan,
nuevamente cantar la maravillas del Señor.
Al igual que Cristo pasemos haciendo siempre el bien a todos. Estemos del
lado de Cristo como fieles discípulos suyos; caminemos con Él. Sepamos que,
estando el Señor con nosotros, debemos convertirnos en portadores de su amor
que salva, que devuelve la vida, que levanta a los abatidos y a los de corazón
apocado. Aquel que dice creer en Cristo y actúa como portador de signos de
muerte, destruyendo la paz y la alegría de los demás, desestabilizando naciones
u hogares, no puede considerarse portador del Evangelio; pues aun cuando
pronuncie discursos muy bellos sobre Cristo, su vida, sus actitudes, sus obras
estarán indicando que, más que llevar un espíritu vivificado por Cristo, lleva, más
bien, un espíritu dañado, muerto a causa del pecado que le ha dominado.
Dejemos que el Señor nos perdone, nos devuelva a la vida, que infunda en
nosotros su Espíritu; que su Palabra nos santifique y nos haga portadores de su
amor, de su verdad, de su paz, de su bondad y de su misericordia para todos los
pueblos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos amar por Dios,
para que nos transforme en signos creíbles de su Vida ante nuestros hermanos;
y así, guiados por su Espíritu, que colaboremos para que todos se encuentren
con el Señor de la Vida, y se dejen transformar por Él. Amén.